domingo, 15 de marzo de 2009

El mundo de la carretera

Estaba llegando a la pequeña capital castellana en la que residía. Venía de pasar el fin de semana con un buen amigo en Vitoria. Una ciudad nueva y bonita que conocer, “farra” que disfrutar y buena compañía con la que reír, sincerarse y conversar tranquilamente. Se encontraba feliz, aunque un poco cansado, y tenía ganas de llegar a su piso de al lado de la vieja escuela donde Machado dio clase años atrás. Acababa de pararle la policía para registrarle el coche, buscaban droga o algo que les pudiera aportar cualquier sospecha de ser un abertzale. La cercanía a aquella región aumentaba exponencialmente el número de policías y controles. Él no solía temer a ese tipo de controles, nunca tenía pruebas de sus delitos en el coche, pero un sobrecito de café que llevaba escrito “Euskal presoak, Euskal Herria” le podía causar algún problema. Había tomado café en una herriko taberna, quería conocer más de cerca aquel pueblo tan diferente del resto del país, aunque tan homogéneo internamente. Como clones metidos en su burbuja de supuesta opresión y tortura. Por suerte, el policía no se percato del sobrecito.
Entonces, casi llegando a la capital del Moncayo, vio a un tipo que hacía auto-stop al lado de la carretera. Él nunca había recogido a nadie que hiciera autostop pero el tipo le pareció inofensivo, mayor, unos 50 años, muy delgaducho, y aparentemente bien aseado y cuidado. Además, la situación no le pareció nada peligrosa. Estaban al lado de la ciudad y menos de 5 minutos estarían cruzando el Duero, entrando en la ciudad. Así que paró, sin pensárselo mucho más.
El tipo se subió al coche. El chico lo miró. Llevaba gafas con las lentes grandes y la montura gruesa marrón oscuro. Su apariencia era muy parecida a la de Woody Allen, flacucho y con alguna arruga marcada en la cara. Llevaba camisa y unos pantalones de pana. Sus movimientos eran rápidos, un gesto atropellaba al siguiente y en cada palabra tartamudeaba, nervioso, como si necesitara contar algo, como si tuviera prisa en hacerlo.
Empezó a hablar, a hacer preguntas.¿De dónde vienes? ¿De dónde eres? ¿Cuánto tiempo llevas aquí?. El chico, contestaba en todo momento de forma educada, amable y respetuosa, no veía en las preguntas más que la intención de cordialidad y agradecimiento. Además, el hombre también le contaba que tenía muchos amigos del sur además de muchos amigos camioneros. Él pensó que aquel tipo trabajaría en una estación de servicio, o sería también camionero, por el detalle sobre sus amigos.
Poco a poco las preguntas se fueron volviendo más cercanas, demasiado, tanto que el chico empezó a responder con monosílabos y con detalles mínimos. Tanto que la situación empezó a serle incómoda, embarazosa. No había vuelto a mirar a la cara de aquel extraño tipo, sólo miraba serio a la línea blanca de la carretera.
Las tías del sur son más cachondas que las del norte, decía. Yo sé que a los murcianos les gusta mucho follar, añadía, les encanta. Tengo muchos amigos murcianos, camioneros también, y les encanta mucho follar, y las mamadas, ¡cómo le gustan las mamadas! ¿A ti te gusta follar, no? ¿y una buena mamada? ¿te gustan las mamadas, no?
El chico ya no contestaba. Sólo preguntaba, educado. ¿Dónde se baja usted?
Allí arriba, contestaba impreciso y moviéndose torpemente.
¿y eso dónde es? Reiteraba el chico.
Yo te aviso, tú tranquilo, sólo estate tranquilo, decía tartamudeando y sujetándose las gafas.
Yo vengo de estar con un amigo camionero. Me ha llamado diciéndome que tenía la polla que se le salía por la ventanilla, que necesitaba mi ayuda.
¿Y a ti te gustan las mamadas? Una buena mamada, bien hecha, y no de esas que hacen las jovencitas de ahora. ¿Te gustan? ¿Qué dices? ¿Quieres entonces? ¿Quieres?
El nerviosismo invadía al chico, impresionado y afectado por la incredulidad, la aprensión y el asco que le producía aquel tipo.
Entonces, simplemente, con la misma actitud cortés con la que había soportado aquella situación durante todo el camino, se atrevió a decirle que se podía bajar, que aquí ya le vendría bien para ir a su casa. Como si estuviera viviendo todos los días aquella situación.
El tipo que se parecía a Woody Allen se bajó del coche repitiendo que no había ningún problema, que eran amigos, mientras tendía la mano que el chico no quiso estrujar, rodeado de pensamientos de repulsión. Muy probablemente no era la primera vez que aquel tipo lo hacía, y posiblemente no todos habían reaccionado igual que aquel chico.

De Hábitats de secano