domingo, 19 de octubre de 2008

La tristeza no tiene fin. La felicidad si.

La tristeza no tiene fin. La felicidad si, dijo un escritor alguna vez.

Yo concretaría diciendo que la decadencia de la felicidad es más dolorosa porque la sentimos más, no podemos quitarle los ojos de encima ni dejar de pensar sobre lo desgraciados que somos. Mientras estamos siendo felices, sin embargo, no gastamos tiempo en verificar esa felicidad, simplemente la aprovechamos.
El mundo está lleno de altibajos. Es inevitable subir y bajar, moverse al ritmo de las circunstancias y, claro está, de uno mismo. La vida en línea recta no existe y quien diga lo contrario simplemente es un inconsciente o se engaña forzándose de forma continua por marcar la trayectoria invisible e indefinible de su existencia.
La dirección la marca uno mismo, claro está, según su recorrido y sus objetivos, poniendo distinto esfuerzo e ilusión, pero dirijas como dirijas esa línea, siempre puede aparecer cualquier mierda que se te cruce por el medio y que te joda esa rayita tan endeble, tan débil. Luego también puede ser que te encuentres un poco de suerte tirada por el suelo, esperando que la encuentres.
Está claro, la suerte da empujones –hacia delante o hacia el suelo- para hacerte el camino más entretenido, de forma totalmente arbitraria. Pero hay que estar atento para descubrir la opción más interesante, para darse cuenta de qué estás en lugar exacto en un momento preciso.

De Hábitats de secano

viernes, 10 de octubre de 2008

Poupée de cire, poupée de son

El tipo que maneja los muñequitos de este teatro juega sucio. El puto azar. Puede hacer lo que quiera con cada uno de los personajes, desde dárselo todo hasta hacerlos desaparecer. Ahí es nada.
Esa es una de las razones que me llevó a desechar la idea de la existencia de un dios que manejara todo este tinglado. Nadie, ni el más mísero hombre ni el más todopoderoso dios, podía ser tan malvado y maquiavélico como para jugar tan sucio como a veces lo hace el azar. Además nada podía manejar de manera tan escrupulosa los hiliyos a los que estamos unidos.

De Hábitats de secano

martes, 12 de agosto de 2008

No anda bien

- El mundo no anda bien Mike. Nunca lo ha hecho y, por supuesto, mientras esté plagado e infectado de seres humanos que no piensan más que en que cómo lamerse su propio pijo de la forma más bonita y espectacular, nunca lo hará.
- Deja de leer el puto periódico Rogy. ¿Qué esperas que haya hoy? Siempre es lo mismo. Políticos que se empeñan en joder al pueblo y batallitas interminables en cualquier parte del mundo que van rellenando los libros de historia. ¿tu hamburguesa tiene un sabor tan asqueroso como este trozo de perro que tengo en mis manos?
- No es así Mike. Estamos hechos para que nos señalen el puñado de mierda con la que nos toca luchar, para que nos dibujen un camino estrecho en el que aparentes felicidad hasta que decidas saltarte los sesos para que dejen de joderte en este mundo. Sino, mira a tu alrededor. Este puto bar está repleto de imbéciles que trabajan como cabrones para tener un coche flamante que al poco tiempo será una antigualla, una mujer a la que le duela la cabeza cuando te apetezca echar un polvo pues todas las tardes se folla al vecino del quinto y unos niños a los que pagarles la carrera mientras se gastan tu dinero en putas y para los cuales no eres más que un montón de escombro de un edificio que no llegó a construirse.
Date cuenta que estado de aparente felicidad no es el estado normal. No lo es. Esto explotará muy pronto y seguramente tú y yo, si antes no nos atraviesa la cabeza una bala, lo veremos. Y lo peor de todo es que toda esta gente de alrededor no tiene ni puta idea de ello. No se dan cuenta que la metralla en el costado, una bomba sobre la cabeza o el plomo entrando por la cabeza es el estado de vida normal que al que siempre tenderá el ser humano.
- ¿Pero qué coño haces?
- ¡Esta hamburguesa está asquerosa! ¿Has visto qué par de tetas tiene la camarera?
- ¿Y por eso me tienes que manchar mi camisa de Ketchup? ¡Métetela por el culo cabrón y después dale 20 dólares a la zorra esa para que te lo limpie con la lengua!


De Hábitats de secano

jueves, 28 de febrero de 2008

Andadas bretonas

Y vuelvo a las andadas. A andar como siempre lo he hecho con la gente que siempre lo he hecho y esta vez con la responsabilidad y el orgullo de ser el anfitrión.
Un nuevo viaje, éste sí el último de mi erasmus, que ha sido aun si cabe más especial, más grande.
Poder enseñar el mundo que te has creado junto con el que te has encontrado a la gente que estimas. Poder mostrarle los rincones, las situaciones y la gente que has hecho tuyos en ese mundo particular francés.
Primero fue París. 10 fuenteros –el 1,5% de la población fuentera- (padres, tíos, primos y hermano) visitando aquel país que alojaba a algunos de ellos hace ya casi dos décadas para trabajar y sacar el dinero que construiría sus casas. Se hace extraño volver al país del que sólo recuerdas largas jornadas de trabajo en las viñas o los manzanos. Es extraordinario imaginar que ese camarero que te sirve en un restaurante con grandes ventanales que dan al Boulevard Saint-Germain quizá pudiera ser el hijo de aquel “patrón” que hace no tantos años te gritaba con eternos aires de superioridad: “vite, vite”.
Imagino que ese paté, esos quesos o ese pato con salsa nosequé te tienen que saber mucho mejor. Pato mezclado con labor, esfuerzo y triunfo, aliñado al gusto del consumidor.
Luego llegaron los Pepes, como fueron bautizados Grego, Marín, Pana, Narci y mi hermano Paco por mis amigos erasmus cuando entraban por la puerta del foyer (nuestro bar), debido a sus vestimentas, sus pelos, sus boinas y sombreros y sus conversaciones políticas. Esta vez se bien unieron a nuestras venturas el señor Narci el coíno y mi hermano Paco. Dos puntos fuertes que sirvieron para darle aun más emoción, diversión y conciencia a nuestro viaje.
Tras pasar un día en Rennes, capital de la Bretaña, para disfrutar de su entramado de callejuelas, llegó el momento de coger rumbo con monovolumen de alquiler y banda sonora by Grego (un verano fatal!) para recorrer esa región –La Bretaña- en la que Asterix y Obelix resistían fuertes ante los romanos. Pasó de mano en mano la sidra bretona, sus dulces típicos, sus comidas pesqueras (con propinas y todo!), cafés a lo francés, sus crepes (dulces o salados), sus bosques, mis despistes, sus faros, los embutidos y latas españoles con los que arrasamos, el verano fatal del Grego y mi hermano, las mareas que te dejan encerrado entre la mar, nuestros incansables puyas, el Pana y su risa, “la mierda” de cada uno sacada al extremo, el Marín que no se deja dar un abrazo, nuestros cabreos olvidados a los 5 minutos, el Grego y su Zapatero, nuestras reflexiones, mi hermano y sus historias rusas, nuestras mujeres, el Narci y sus salidas inesperadas, nuestras discusiones de política…
Entonces fueron pasando bajos nuestros pies pequeños y sorprendentes pueblecitos bretones, ciudades históricas, lugares naturales de gran belleza, como DINAN y su entramado de calles medievales con casas torcidas de madera al borde del rio; SAINT MALÓ como pueblo amurallado cuyos rompeolas de madera decoran playas interminables; LE MONT-SAINT-MICHEL aislado por la marea como único vestigio francés que resistió asediado la invasión nazi; KÉRITY & PAIMPOL entre su lago, su puerto y sus casas de piedra; PLEUBION y su playa entre grandes rocas donde casi quedamos encerrados por la marea; PLOUMANACH & PERROS-GUIREC (la côte de granite rose) donde las geomorfologías del granito, sus acantilados y su faro impresionan de forma espectacular; BREST, destruida totalmente en la 2ª guerra mundial, que nos sirvió de dormitorio y de bar; LA PENINSULE DE CROZON y la entrada del mar en la tierra con barcos clavados en la arena por la marea baja; LANDÉVENNEC como aldea con tranquilidad infinita con una abadía del s. V. ; PLEYBEN & HUELGOAT como Bretaña profunda, para disfrutar de un buen crepe, dentro del Parque Natural Armoricano; QUIMPER y sus casas de madera de colores; CONCERNEAU de noche como ciudad fantasma, esa ciudad amurallada en una isla; LORIENT que nos dio cama y whisky; CARNAC y sus megalitos enfilados en la llanura, esos menhires que Obelix siempre portaba, como ofrenda a sus Dioses; VANNES que completaba las ciudades bretonas con casas torcidas de madera y PAIMPOT et la FÔRET DE BROCÉLIANDE, ese bosque donde se forjaron las leyendas de la espada Excalibur que alberga la supuesta tumba del mago Merlín.
Todo un privilegio disfrutar con tu gente de este lugar tan anómalo y magnífico.
La guinda final y dulce que hace terminar este párrafo de mi vida.

De Hábitats de secano

domingo, 13 de enero de 2008

Gasolina

Era sábado y el sol bretón se había metido, como de costumbre muy temprano, por el horizonte occidental. Ainara, Eva y Pepe se destinaban a volver de Nantes cuando Pepe se percato de que la aguja de la gasolina estaba demasiado cerca de la línea inferior.
Habían pasado el día en Nantes (ciudad en la que hace cinco años Ainara y Pepe se conocieron gracias a una beca “para aprender francés”). Tras disfrutar de una comida “a lo sueco”, ellas se deleitaron con las rebajas de Ikea –hacía falta aprovisionar el nuevo estudio que Ainara había alquilado- y él decidió ir a visitar a la familia con la que estuvo –o “la vieja” como él prefería llamar a la única integrante de la familia-.
Pepe llegó contento por todos los recuerdos revividos al volver a ver a la ciudad francesa que primeramente lo alojo y a la amable mujer que lo reconoció a pesar de la edad y del tiempo pasado, mientras Eva y Ainara haciendo honor a los prejuicios propios del sexo femenino seguían echando trastos al carrito y estrangulando del todo la delgada beca erasmus.
Finalmente partieron sin llenar el pequeño depósito de la vieja furgoneta, mientras cantaban a coro las canciones de “Habana Blues”. Ainara estaba segura de que quedaba suficiente gasolina para hacer los 120 km que separaban las dos ciudades. – “Mi vieja furgoneta gasta menos que una bici” – decía.
Al poco de salir, al encenderse la lucecita naranja, empezó a ser evidente que la gasolina era mínima en el depósito, y más claro quedaba aún que no había la suficiente para llegar a Rennes. En Francia, algo que ya sabían los viajeros, son escasas las gasolineras. Viendo que en el camino no aparecían las lucecitas –rojas o verdes casi siempre- para rellenar el líquido negro (por no haber no habían ni las luces de neón de todos colores tan típicas de España) decidieron parar en un intermarché que se veía a la orilla de la carretera a mitad de camino esperanzados de que, como en casi todos los supermercados franceses, hubieran surtidores. Al final no había ni supermercado, sólo un almacén con un guardián que asustó más a aquellos peregrinos al decirles que no había gasolineras hasta llegar a Rennes.
Siguieron su camino implorando a dioses en los que ninguno de los tres creían mientras “Marlango” ponía música ambiente a aquellas caras de temor. Por fin llegó la salvación cuando el coche tironeaba: una señal que indicaba la presencia de alguna gasolinera se divisaba a su derecha. Alegres y ya brindando con el último trago de agua que quedaba en sus botellas cogieron aquella salida y se metieron a un pequeño pueblo en el que sólo encontraron una pequeña pizzería con cinco niños, un viejo surtidor que no funcionaba y nadie en la calle a quien poder preguntar.
La situación era ya más que grave, ya nadie hacia ni caso a “Los Mártires del Compás” que cantaban en la vieja radio. Los tres transeúntes planeaban ya cómo dormir frente al frío francés tapándose con los ropajes comprados en ikea y cómo saciar los hambrientos cuerpos con una pequeña caja de galletas suecas y sin agua –menos mal que nos queda el calor humano- bromeaban a la vez que sudaban. La única solución que encontraron fue volver dirección Nantes con la última gasolina y a velocidad ínfima a esperar que hubiera alguna gasolinera en aquella dirección.
Cual fue su sorpresa cuando, unos kilómetros adelante, dirección Nantes, había una gasolinera. Se acabo la aventura. Faltó poco.

De Hábitats de secano