martes, 11 de agosto de 2009

Historias de carretera II - La vecina y las cucarachas

2:45 a.m. Javier sube al ascensor y pulsa el botón hacia la cuarta planta con algo de dificultad a causa del alcohol de las cervezas que circula por su cabeza.
Había vuelto para unos días en Murcia, de visita, y dormía en el incómodo sofá del apartamento de su hermano para pasar más tiempo con él y a la vez poder quedar con viejos amigos sin tener que coger el coche hacia el pueblo. Siempre es bonito estar de vuelta cuando se tiene una fecha de partida marcada.
Se abre la puerta del ascensor que da al rellano del piso de su hermano, situado a la izquierda; de otro piso con la puerta en perpendicular a la de su hermano y de una terraza situada a la derecha de la salida del ascensor.
Javier mira a la izquierda, moviendo la cabeza y la mirada lentamente, queriendo situar en el espacio la puerta del piso de su hermano, y se encuentra la vecina fregando la puerta y el rellano.
- ¿Vaya horas de fregar la puerta? -se pregunta cuando comienza a andar hacia la puerta.-
Al acercarse, poco a poco, va aclarando la imagen hasta hacerla nítida. “El cuadro” que se encuentra, desde lejos resguardado por la escasez de luz, pasa de ser una silueta escuálida y huesuda con dos pechos estirajados y arrugados, hasta poder alcanzar a ver la lanuda vulva hasta la cual casi alcanzaban los pechos cuando se situó cerca para llegar a la puerta del piso de su hermano, pisando parte del suelo fregado.
- Buenas noches. -Soltó Javier, tranquilo pero incrédulo y sorprendido, mientras sacaba las llaves y las introducía en la cerradura-
- Buenas noches. -Comentó la mujer arrugada y cincuentona, con total naturalidad- ¿Me podrías hacer un favor?
- Bueno… -Contestó Javier dudoso pero educado- ¿Qué desea usted?
- ¡No me llames de usted! Si yo soy todavía soy muy joven… ¿Puedes cerrar la puerta de la terraza? Es que se me meten las cucarachas en casa.
- Vale, de acuerdo.
Javier comenzó a andar hacia la entreabierta puerta de la terraza. Al llegar, empezó a mirar cual de las diez llaves del manojo que su hermano le había prestado podía ser, mientras se preguntaba como un pequeño apartamento podía tener tantas llaves.
- Ven para acá y doy yo las llaves, que las tengo a la mano – le indicó la vecina, mientras Javier miraba el manojo de llaves-
Javier empezó a andar, casi inconsciente de la situación que se estaba creando.
- Perdona, pero es que yo nunca puedo cerrarla, está muy dura la cerradura y no sabes lo pesadas que se ponen después las cucarachas, es un asco cuando pisas una sin querer…
- Sí –asintió Javier mientras se la imaginaba desnuda y descalza pisando una cucaracha a la vez que fregaba-
Entonces la vecina entró dentro y cogió un pequeño manojo de llaves.
- Perdona que le pise el suelo
- No te preocupes. Yo es que prefiero fregar de noche, porque… ¡de día hace un calor!
- Ya, entiendo… -contesto el chico-
- Toma las llaves
Javier se acercó y estiró el brazo. La mujer le dio las llaves dejándolas suavemente sobre su mano acompañando la acción de una caricia con su mano mojada.
- Gracias. – dijo Javier mientras si dio rápidamente la vuelta para andar hacia la terraza y cerrarla.-
- Tome las llaves. Que pase buenas noches y perdone por pisarle lo fregado.
- No, gracias a ti. –Contestó la mujer-. Por cierto, no te habrá molestado que vaya desnuda, ¿no?
- No, tranquila. – Mintió Javier.
- Es que yo soy muy naturalista y además hace “una calor”…
- Sí, es que en Murcia ya sabe usted…
- ¡Ya te he dicho que no me llames de usted!
- Vale… perdone… digo... perdona… Que pase buenas noches.

De Hábitats de secano