lunes, 9 de noviembre de 2009

La relativa lejanía

Andaba por tierras lejanas. Llevaba viviendo en Sofía ya unos meses pero no conocía nada de la lengua local. Acaba de matricularse en un curso de búlgaro pero la enorme diferencia con su castellano nativo le obligaba a comunicarse en la lengua del último gran imperio: el inglés. La lejanía siempre es relativa al punto al que uno quiera referirse.
Casi un millón y medio de personas se extendían por sus viejas calles. En una de ellas, en un bar “chic” del centro de la ciudad que suelen frecuentar eternos artistas que no consiguen exponer fuera del salón de su casa, Javier tomaba una copa con unos amigos que había conocido en un centro de cultura española - la amistad también es siempre relativa al punto al que uno quiera referirse-. Contaban historias de gente que vive ese tipo de vida que todos hemos soñado alguna vez vivir sin que nos hayamos atrevido a ello. Porque todos, incluso los que viven las vidas de nuestros sueños, soñamos vidas que no nos pertenecen.
Javier se percató de una silueta femenina, con un maquillaje muy marcado y con un vestido medio corto propio de las tiendas de ropa de segunda mano de las afueras de la ciudad. La tez blanca y el cabello rubio parecía delatar su origen búlgaro, y su presencia cerca de su mesa obligó a Javier a perseguir con la mirada sus movimientos.
Cuando la chica se levantó a pedir Javier hizo lo propio y se situó a su lado. Javier empiezó a hablar en inglés, a delatar su nacionalidad (“exótica” en aquellas tierras) y a contar historias -todo el mundo tiene historias guardadas que utilizar, según el momento y el lugar, cuando quiere impresionar a alguien-. La chica se decidió a cortar a Javier, soltando lo poco de inglés que sabía: “No english”. No hubo más conversación que la trascurrida en el bar y alguna frase suelta más tarde.
A la mañana siguiente la chica despertó en la cama de Javier. Antes de desayunar, ambos lograron conocer, entre la incertidumbre comunicativa, el nombre del otro. Nadie lo preguntó, simplemente la casualidad hizo que saliera. La chica lo encontró escrito en el libro de la mesilla de Javier mientras lo señala intentando pronunciar su nombre. Tras desayunar la chica se marchó del piso y se volvió a perder entre el millón y medio de personas de la ciudad. Porque la lejanía siempre es relativa al punto al que uno quiera referirse.

De Hábitats de secano

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