domingo, 25 de octubre de 2009

Terrazas cuando el sol calienta

Llegó a su nueva casa de alquiler. Ésta se localizaba en el centro de aquella ciudad, muy cerca de la plaza mayor, y en una de esas callejuelas empinadas del casco antiguo. Había decidido irse a vivir solo harto de periódicas mudanzas y de las no-relaciones con las personas de la habitación de al lado. A la vez, se estaba marcando una prueba que antes o después debía llegar y que todo el mundo debe aventurarse a hacer en alguna ocasión (y más aun si hablamos de un chico con afinidad a la soledad y con dificultad para entregar a cualquier persona parte de lo que es), marcando así un paso en la madurez y evolución vital: vivir en soledad. Esto es relativo en la actualidad, bien es cierto, dada la inabarcable comunicación existente a través de numerosos aparatos electrónicos.
El piso tenía una pequeña terracita. Al ser sureño el chico, éste siempre había sido amante de la luminosidad y tenía esa extraña tendencia a no encerrarse entre cuatro paredes que caracteriza a la gente del sur, así que la presencia de aquella terraza le agradó significativamente.
Al instalarse en el piso limpió bien la terraza, regó las plantas que adornaban la terraza (herencia de la casera) y preparó aquel espacio para compartirlo con sus amigos en ocasiones varias al ritmo de buena música y con el sabor a alcohol y tabaco. Mientras lo hacía, la vecina del piso de encima le comentaba el estado de abandono de la terraza debido al poco uso que había tenido por los antiguos inquilinos.
El verano pasó muy rápido en la ciudad y la terraza siguió cubriéndose de hojas secas y olvidando aquel sabor que lo iba a caracterizar. Habían pasado amigos por el piso pero muy pocos por la terraza. Y el chico, que llevaba ya un tiempo en aquella ciudad, comprendió algo evidente de lo que no se había percatado: las terrazas sólo son tales cuando el sol calienta lo suficiente.

De Hábitats de secano

martes, 20 de octubre de 2009

Días especiales

Un buen amigo me reflexionaba el otro día, como una idea recién sacada de una mañana resacosa de café y zumo de naranja, como habíamos saturado nuestra vida de días especiales hasta el punto que habíamos provocado que éstos dejaran de ser especiales. Quizá proceda de una mala interpretación de aquella canción de Serrat hasta el extremo de convertir lo que podía ser un gran día en un día común. Aquello de que algo deja de ser especial por perder la peculiaridad que le identificaba.
Me comentaba, como ejemplo, como para nuestras generaciones precedentes, un día de celebración ó la feria del pueblo, por ser días de fiesta escasos a lo largo de año, eran días realmente especiales y la ilusión y emoción que ellos ponían eran asimismo efectivamente especiales. Cabe preguntarse si esas sensaciones tienen cabida actualmente cada vez que salimos “de fiesta” y cómo cuando éstas llevan un tiempo sin producirse (tras el periodo de exámenes, cuando ha pasado gran tiempo sin ver a gente querida, etc.) se convierten en noches verdaderamente especiales.
No quiero decir con esto que haya que disfrutar menos de los días para conseguir días que podamos clasificar como especiales, ¡qué va!, yo soy el primero que intento seguir al pie de la letra el “hoy puede ser un gran día” de Serrat, simplemente me impresiona aquella antigua actitud en la que en ciertos días se entregaba todo y creo que deberíamos intentar sacar ese delirio cada vez que salimos de casa.

De Hábitats de secano


miércoles, 7 de octubre de 2009

La gente y el tiempo

Somos sociales por naturaleza, eso está claro, pero un bicho de secano acostumbrado ya a ir ocupando nichos varios, todavía se sorprende de la gente que se cruza en su camino y más aun de la variedad de éstos. Esto es evidente, me diréis, y sí, claro que lo es, pero lo que es más asombroso es la forma con la que obviamos esas relaciones y la rapidez o lentitud (a veces hasta de forma eterna, o sea, hasta la muerte) con la que ganamos o perdemos a esas piedrecitas del camino. Y lo peor de todo, señores, es lo imparciales, inestables, injustos e incluso antiemocionales y superficiales (no de fijarnos en el exterior humano sino de la no apetencia de profundizar) que somos al considerar el trato con todas esas personas.
Y sí, cierto es también, que pensamos que al final profundizamos y gastamos más tiempo con las personas con las que supuestamente queremos estar, aunque siempre nos ronden por la cabeza cuestiones como si realmente es conformismo y facilidad ó en cambio hablamos de una apetencia real, y si a todas las personas de alrededor les hemos dado las mismas oportunidades que a esa gente con la que supuestamente queremos estar, o sin embargo estamos dentro de un maldito círculo vicioso en el que damos más tiempo a quien más tiempo pasa con nosotros.

De Hábitats de secano