Ella estaba cansada de sí misma. Se sentía saturada de su
propio ser, de su razón absoluta y sus eternos razonamientos. Vivir dentro de
sus propias fronteras le habría hecho feliz si ella hubiera podido marcar el
lugar y el tamaño exacto de las barreras que la separaban del resto. Y aunque había
sido ella quien había creado tales muros, las límites habían escapado de su
control y ahora eran infranqueables. Ella misma había asediado los lugares de
su propio ser.
Pero no se atrevía a romper las barreras que la separaban
del resto. Sentía desprecio hacia todo lo que le rodeaba. Asco pero no pena, porque
la infelicidad estaba más puertas adentro que afuera. Tenía una especie de
tedio vital, esto es, un aburrimiento de lo que la vida le ofrecía sentir. No
es que en su vida estuviera carente de sensaciones, era más hartura emocional.
Estaba más que harta de cuestionarlo todo para no llegar a nada. De engullir
reflexiones que la dejaban vacía de soluciones.
Lo había probado todo para escapar. El sexo como forma de
contacto con otras personas –hombres o mujeres- había sido una salida
recurrente, aunque siempre lo relacionaba más a su naturaleza animal que a la humana. Incluso
una vez acabo pagando por masturbarse mientras una pareja hacía el amor. Nunca
había podido ahondar en ningún tipo de emoción practicando ningún tipo de sexo
más allá de las sensaciones básicamente físicas que le producía. Si hubiese
sentido alguna atracción sexual por cualquier otro animal, se hubiera acercado
a él de la misma manera.
Incluso una vez pensó en tener un hijo. Y lo tuvo, la tuvo,
porque fue hembra lo que parió. Y decía que la había parido, porque aunque
primero quiso dar a luz a un bebé, una vez embarazada no le quedó más remedio
que parirla aunque pensara que no era una buena decisión. Para qué traer a este
mundo nada parecido a ella. Para qué traer a este mundo nada parecido a
cualquiera de los otros. Para qué traer a este mundo nada parecido a una
persona cuando lo pueden poblar perros, lagartos o ratas. Ellos, que al menos
no creen ser exclusivos de aparentes pensamientos y razonamientos realmente postizos.
Y por último había llegado a la última de las decisiones que
podían sacarla de allí. Matar por matar es lo único que realmente nos separa
del reino animal y ella necesitaba huir de su condición animal. Porque la muerte formaba parte de la vida misma, la
muerte de sí misma, sucedió la muerte de aquello que más se parecía a sí misma, la
muerte de su hija misma.
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