miércoles, 27 de enero de 2010

No hay lugar para paisajes bonitos


El reloj digital, situado debajo de un anuncio publicitario, marcaba las 7.20 h de la mañana. Iba alterando los dígitos horarios con la temperatura que se sufría en aquellas horas por encima de aquellos baldosines. 1ºC, hoy habían tenido suerte, sí. No era normal que el signo que indica temperaturas por debajo de 0º C no apareciera en aquel primer mes del año. Era bonito andar, a media luz, por aquellas callejuelas estrechas, aunque ni se había percatado de ello: estaba demasiado entretenido en luchar con el frío, el sueño y las pocas ganas de ir a trabajar. No hay lugar para paisajes bonitos a esas horas y con ese frío.
La soledad era lo único que cualquiera que andaba, a esas horas, por el casco antiguo de la ciudad podía encontrarse. Ni perros, ni gatos, ni vagabundos ni cualquier otro ente que se guiara por sus propios instintos naturales. Era demasiado absurdo andar con ese frío por esas calles, claro está, aunque posiblemente ninguno de los que esperaban junto a él el autobús hacia el trabajo se hubieran dado cuenta. Es necesario ser más valiente para poder escapar de la vorágine social.
Al final, hasta al dolor se le va cogiendo gustillo. O, sino, al menos una vez que entras en él cuesta mucho salir. Al fin y al cabo te mantiene entretenido, lo cual va siendo cada vez más difícil entre este mundo repleto de servicios de entretenimiento.
-          ¿Tú también trabajas en la vieja factoría?. Yo trabajo de mantenimiento, arreglando máquinas y todo eso. Llevo toda la vida…
Aquel inicio de conversación rompía el silencio sepulcral de la espera.  Las conversaciones, a esas horas, eran lentas y arduas. El hombre, de calvicie bien entrada y vientre abultado, parecía ir feliz, bocadillo en mano, al encuentro con la factoría. Parecía haber estado soñando que alguna vez lo hacía.
-          Sí, yo también trabajo allí. Te había visto alguna vez esperando el bus, aunque nunca me he cruzado contigo en la factoría. Será porque yo sólo llevo unos meses por aquí…
-          -Ya, es que yo ando de un lado para otro, en la sala de máquinas y en la de repuestos, será por eso.
El autobús paró cerca de la plaza y todos los trabajadores empezaron a subir. Entre la desganada cola de subida al autobús el hombre del bocadillo en mano fue quedándose atrás observando como subían, una a una, aquellas hormiguillas.
-          Oye, aquel hombre no ha subido aun, espere un momento.
El conductor del autobús, con el ánimo de una persona cercana a la jubilación, cerro la puerta y dijo:
-          Llevo 40 años en esto, 20  de los cuales he visto al pirado ese venir todos los días, bocadillo en mano, aquí a dar por culo. Así que déjate de tonterías y vámonos.

Aquel hombre llevaba 20 años yendo cada día, bocadillo en mano y frío en el ambiente, a rozar, un poco más de cerca, ese sueño suyo de ir a trabajar a la factoría.
Quizá le parecía emocionante aquella imagen, aquel paisaje, cual escena que observamos de lejos, y soñaba cada día con hacerlo. O, quizá, simplemente era un pirado más de los que abundaban por la ciudad, ocupando los nichos de los perros, los gatos y los vagabundos.


De


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