lunes, 22 de febrero de 2010

Perder la vida

Tras hacerle el amor durante un cuarto de hora, lo dejó. Él se quedó con la comida que había preparado para ella; comida para dos a medio hacer. No le había prometido nada y nada dijo para despedirse. Él no había salido tras ella. Nunca se atrevió a decírselo pero siempre había querido que se quedara eternamente. Él prefería callar y hacer lo de siempre.
Después de quedarse solo, guardó la comida sobrante en la nevera, se fue a dormir, se levantó, meó fuera de la taza, corrió 10 minutos en la bicicleta estática, vio una vez más la película de Taxi Driver mientras imitaba a Robert De Niro, leyó algo de un libro de autoayuda e intentó dormir. Lentamente.
En la cama, comenzó a masturbarse, otra vez. Aquellos minutos de compañía no habían sido suficientes para desenganchar esas hormonas que se le pegaban al cerebro provocándole un peligroso sentimiento suicida. Lo necesitaba, tenía que volver a llamarla y tendría que volver a pagar. Más vale perder la dignidad una vez más, que perder la vida.

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