martes, 7 de septiembre de 2010

Desvergüenza

Nunca pensó que los talleres de escritura podrían tener alguna función real. Según él se puede aprender a escribir pero el don de contar historias, de jugar con las palabras, vienen marcadas de forma innata en la persona.
– ¡Seguro que Bukowski nunca estuvo en ninguno de esos talleres de mierda…! – Contestaba siempre
– Además, ¿tú crees que en una semana se puede aprender a escribir?
Realmente nunca quiso aprender a contar historias porque creía que para ello había que vivir vidas diferentes a las del resto de la humanidad, extra-vagantes y canallas; y despertarse y pegarse una ducha, desayunar café con leche y galletas y sacar a pasear al perro no era para nada algo singular.
Finalmente aquel verano acabó inscribiéndose en aquel taller de escritura, dada la insistencia de su amigo Manel, el calor y el aburrimiento que recorría sus días de verano en la capital.
El segundo día de curso apareció algo que lo impresionó. Una chica llevaba el libro “la máquina de follar” de Charles Bukowski. Siempre había odiado el pudor y el decoro entre la gente, y que aquella chica mostrara sin vergüenza alguna que estaba leyendo uno de los libros de Bukowski con título más explicito, le aporto una empatía y cercanía extrañas. Se sorprendió aún más cuando se dio cuenta de que sus ojos se habían dirigido con anterioridad al libro, que a las piernas que asomaban bajo el vestido blanco que remarcaba, engrandeciéndolo, su torso moreno.
Los días de la semana fueron pasando y la chica morena no había vuelto. Quizá no había ido al taller porque necesitaba conocer las historias de un escritor mujeriego y borracho que acaba titulando a su libro “la máquina de follar”. El taller de escritura iba llegando a su fin y había resultado ser lo que esperaba: todo se resumía en que había que leer para aprender a escribir, y que aun leyendo mucho, puede que no pasaras de bloguero.
Sin embargo, el último día la chica volvió por la sala, ya sin el libro en la mano. Después me contaría que había estado aprendiendo a ser escritor, revolcándose en las desventuras de uno de los más borrachos habidos y por haber. Yo la convencí para que viniera a mi casa contándole historias, como nunca lo había hecho, como lo hacían los escritores, inventando una realidad repleta de desvergüenza.

De Hábitats de secano



No hay comentarios:

Publicar un comentario