viernes, 5 de abril de 2013

Eme



Eme intentaba nunca perderlo de vista aunque anduviera vagando por otros lugares del entorno. Prefería hacerlo de esa manera, llegar al sitio preciso en su justo momento, o sea, cuando él empezaba a estirarse, erecto, y estaba extremadamente sensible.
Mientras tanto, a Eme le gustaba quedarse mirado frente a él, observar los pliegues ligeramente sobresalientes que rodeaban su figura; dispuestos precisos para esconder aquella prominencia. De ese modo, percibía también el levantar de sus pelos, erizados por su presencia.
Eme odiaba cuando rasuraban el cabello que lo recubría definiéndole personalidad propia e incluso excelencia. Era repugnante que alguien, dedicando tales dotes de artificialidad, profanase la naturaleza propia de una parte de la humanidad, dilapidando la textura que ofrecen sus vellosidades.
Cuando la humedad empezaba a recorrer sus recovecos, a hacerse más y más palpable, Eme deseaba empaparse por completo de los fluidos que lo envolvían. Luego, cabalmente mojado, se detenía entre los aromas delicados que desprendía su cuerpo hasta saturarse de ellos. La fogosidad de todos sus sentidos se marcaba en Eme quedando perpetua en tiempo y lugar, también bajo su piel.
Ningún otro fenómeno natural ni ningún artificio hecho por el ser humano, nada generaba tal ansia de deseo. No había sensación más abrupta. Nada alcanzaba la belleza del levantar entre gemidos de aquel reducto del mundo localizado entre sus piernas, su clítoris. 







 
 





1 comentario:

  1. Una cancion apropiada es la de Leiva.Vis a vis.

    Saludos desde León.

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