El piso tenía una pequeña terracita. Al ser sureño el chico, éste siempre había sido amante de la luminosidad y tenía esa extraña tendencia a no encerrarse entre cuatro paredes que caracteriza a la gente del sur, así que la presencia de aquella terraza le agradó significativamente.
Al instalarse en el piso limpió bien la terraza, regó las plantas que adornaban la terraza (herencia de la casera) y preparó aquel espacio para compartirlo con sus amigos en ocasiones varias al ritmo de buena música y con el sabor a alcohol y tabaco. Mientras lo hacía, la vecina del piso de encima le comentaba el estado de abandono de la terraza debido al poco uso que había tenido por los antiguos inquilinos.
El verano pasó muy rápido en la ciudad y la terraza siguió cubriéndose de hojas secas y olvidando aquel sabor que lo iba a caracterizar. Habían pasado amigos por el piso pero muy pocos por la terraza. Y el chico, que llevaba ya un tiempo en aquella ciudad, comprendió algo evidente de lo que no se había percatado: las terrazas sólo son tales cuando el sol calienta lo suficiente.
![]() |
De Hábitats de secano |
No hay comentarios:
Publicar un comentario