lunes, 19 de abril de 2010

El vecino panzón del tercero

La vida tiene poco que merezca la pena y el esfuerzo de vivirla, pero al fin y al cabo es lo único que podemos sentir como cierto con toda seguridad. A todo se le puede apreciar cierta duda excepto a que estamos apreciando esa duda.
Alguna vez había pensado en quitarse la vida pero ¡le parecía tan absurdo quitarse lo único realmente cierto que tiene la vida!
Hacia tiempo que no se cruzaba en su camino algo que lo consiguiera evitar durante un ratito de esa rutina, triste y sucia, a la que llegó nada más aparecer por este mundo. Aunque todos creen que el tiempo es el que te lleva a la rutina, él sabía que el tiempo no hace más que mostrarte como evidente algo que te viene impuesto al nacer.
Saber aquello no le aturdía ni le entristecía. Él al menos era consciente de que estaba dentro porque nadie puede escapar de ella y sentía aún más lástima del resto de la gente que piensa que está fuera cuando está metido hasta las trancas.
Él lo veía claro. No se puede salir de la rutina porque no sé puede hacer nada nuevo que realmente te haga ser único. Todo está inventado y en efecto cualquier nuevo invento no es más un ensamblaje de cosas presentes en el mundo.
Incluso las sensaciones y sentimientos que creemos tan particulares han sido ya manoseados por cualquiera de los que se cruzaba cada mañana al ir a trabajar.
Le jodía que hasta el vecino panzón del tercero, al que cada noche oía gritar a sus hijos y mujer, pudiera haberse atiborrado ya de alguna de las sensaciones que él había creído como únicas. Sólo pensarlo lo enrabiaba extremadamente.
Él sabía que su vida era verdadera aunque no estaba tan seguro acerca de la vida de los demás. Quizá para obviar durante un ratito la rutina sólo necesitaba que se cruzara en su camino aquel vecino panzón del tercero.
Al menos, ya habría un asqueroso individuo menos que pudiera haber sentido lo que él.

De Hábitats de secano

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